Tema 5 La Paz

Cuento: Tulsi, la pacificadora

Hace mucho tiempo, en la India, vivió un maharajá muy gordo. Era el rey más rico y poderoso de toda la India. Comía en platos de oro, se vestía con las más finas sedas y su palacio estaba coronado con torres de marfil, mientras los pavos reales deambulaban por los jardines de palacio. En su vasto ejército, había lanceros y arqueros, carros de guerra y elefantes. Pero, por encima de todas estas cosas, lo que más amaba era a su hija, la hermosa princesa Tulsi.

Un día, el maharajá, estaba inspeccionando a su ejército desde lo alto de un elefante, pasando filas y filas de uniformes relucientes y de espadas afiladas. Pero, mientras iba pasando por delante de las hileras de soldados, pensó para sí mismo: "¿Para qué quiero tan gran ejército si nunca voy a la guerra?".

Al día siguiente, ordenó a su primer ministro que enviara una carta al rey vecino. El mensaje decía: "¡Mándame cincuenta cerdos azules, o si no...!". Cuando el mensajero salió, el maharajá se dio una palmada en la barriga y sonrió.

Poco después, el mensajero volvió con una nota del rey vecino. El maharajá no daba crédito a lo que veían sus ojos en el mensaje: "No tenemos cerdos azules para ti, Y si los tuviéramos...
¡De modo que el rey vecino se negaba a darle los cincuenta cerdos azules!


- ¡Esto es la guerra! -gritó el maharajá.

Su gran ejército partió con los estandartes, las ruedas de los carros comenzaron a girar la tierra tembló con las pisadas de los elefantes. Y la guerra fue tan cruel como lo son todas las guerras. Muerte y destrucción trajeron la desgracia a la tierra, los cadáveres se descomponían en los campos y las casas ardían. Las madres lloraban por los hijos muertos, y esperaban a los padres que nunca volverían. La guerra se prolongaba. ¿Qué se podría hacer para terminarla? Sólo una persona lo sabía, y ésa era la hija del maharajá, la hermosa princesa Tulsi. Ella estaba decidida a detener la matanza.

- Pero, ¿qué puedes hacer tú? - le dijo una amiga- ¿Cómo puede una sola persona detener a dos ejércitos?

- No eres más que una joven -le dijo otra. - Nadie te va a escuchar.

- Eres demasiado joven para hacer nada -le dijo una tercera.

Pero todo esto no hacía más que reafirmar la determinación de Tulsi que, pasando como un rey  ante los guardias, se abrió paso a través de las grandes puertas de la residencia real.

- iQuiero ver al maharajá! -dijo-. iQuiero ver al maharajá!

El maharajá la miró sorprendido.

-iVete... vete a tu habitación, hija! -rugió- La guerra es un asunto de hombres, no de jovencitas.
- Padre -dijo Tulsi-, no quiero hablar de guerra, quiero hablar de paz.

El maharajá no podía creer lo que oía. Nadie le había hablado nunca así, y menos aún una jovencita. Pero, antes de que pudiera responder, Tulsi le dijo:

-¿Por qué no vas y hablas con tu enemigo? Pregúntale al rey con el que estás luchando qué quería decir con su carta. Hablar no te traerá ningún mal, ¿no?

El viejo maharajá no supo qué responder, de modo que no pasó mucho hasta que acordó con su enemigo, el rey vecino, un tratado de no agresión mientras hablaban. Tulsi acompañó a su padre con el cargo de consejera real.

Cuando se encontraron, el rey dijo:

-Maharajá, ¿qué querías decir con aquello de "No tenemos cerdos azules para ti, y si los tuviéramos..."?

-¡Oh! -respondió el rey- Si hubieras seguido leyendo lo habrías visto. Mi mensaje era: "No tenemos cerdos azules para ti, Y si los tuviéramos estaríamos gustosos de enviártelos".

Y, de pronto, ambos reyes se dieron cuenta del malentendido. Pararon la guerra, los soldados volvieron a casa, y la paz y la abundancia volvieron al país. El maharajá consiguió muchas más riquezas; pero, de todos sus tesoros, el más grande para él siempre fue su hija, Tulsi la pacificadora.


(Leyenda india)


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Fecha de entrega: 10 de febrero

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